miércoles, 4 de julio de 2007

colaboración



EL GE(RA)NIO DE OTTO*

*Por Luis Frías, escritor y periodista.

Al diplomático y ensayista, cuentista y novelista, pero esencialmente poeta Otto Raúl González (Guatemala, 1921) lo sorprendió la muerte el pasado 23 de junio en México, donde llevaba viviendo más de medio siglo.

Otto Raúl González no llegó a mi vida como el magnífico poeta que es sino como participante de mesas redondas. Y ni eso. Es el caso que el poeta hidalguense Ramsés Salanueva tuvo la gentileza de prestarme las copias del discurso que leyó González durante unas Jornadas Rebolledanas en Actopan. En su texto (cuyo original a puño y letra tengo aquí a mi lado) Otto Raúl no hace como algún idiota investigador diría, no hace ninguna “aportación”, esto es, no lanza teoría alguna sobre la obra de Rebolledo. Leído el 11 de diciembre de 2001, el texto del viejo, entonces de ochenta años, hace notar su gran humildad por el oficio literario y por su amor a Efrén Rebolledo, refleja su conocimiento de la poesía clásica cuya cima es el soneto de 14 versos (dos cuartetos y dos tercetos). Él amaba y admiraba la fastuosidad del soneto y a los poetas que pudieron dominarlo.

Fueron Poesía fundamental y Oratorio del maíz los poemarios que me aproximaron al González poeta. Es la suya una poesía que, gustosa, se extravía en las honduras del lenguaje, que son las honduras mismas de la vida. Se echa de ver en su poesía la lealtad tanto a sus raíces histórico-sociales como a su lengua materna. Pero de sus poemas alguien estará más autorizado que yo para emitir juicios. A mí me interesa lamentar su muerte. Sin embargo, es inútil. Pues puedo asegurar que él la recibió con la filosofía de que era poseedor. Entendía en su sentido más profundo que la vida no es eterna. Para muestra una de sus últimas obras, Oír con los ojos, que incluye el poema “Brújula”:

Estoy un poco hecho a golpes de catástrofes
la tempestad me dio con sus martillos
y han pulido mi torso exilios y naufragios
pero nunca he perdido mis cartas de marear
ni mi fe ni mi brújula me abandonan nunca.

González nació en la capital guatemalteca el 1 de enero de 1921 y -como los otros dos guatemalteco-mexicanos Rafael Landívar y Luis González y Aragón- residía en México desde 1954, tras el derrocamiento de Jacobo Arbenz Guzmán en los 40. Con el régimen de Arbenz, tenía buenas ligas un Otto Raúl de veintitantos años. Pero a la llegada del poder del golpista Jorge Ubico y Castañeda, sobrevino el ostracismo que expulsó a Otto primero hacia el Ecuador y después a México.

Fue miembro de la Generación de 1940 y del grupo Sakerty (asociación de escritores y poetas). Sus poemas destacados son “Viento claro” y “Poemas de un viaje al amanecer del mundo”. Fue merecedor del Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines en México, y del Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en Guatemala. Se graduó de abogado en la UNAM, con una tesis sobre la reforma agraria en Guatemala. En mayo pasado visitó por última vez su país natal, y dio entrevistas. Iba porque la Universidad de San Carlos de aquel país le otorgó el doctorado honorífico.

Aparte de todos los premios, en su legado destaca el poema de largo aliento Voz y voto del geranio. A propósito, Huberto Alvarado declara en Exploración de Guatemala que “antes de 1944, la literatura empezó a jugar un papel revolucionario que contribuyó a quebrantar los cimientos de la dictadura bananera-feudal de Ubico… Dos obras caracterizan ese momento: El canciller Cadejo (1940) de Manuel Galich y Voz y voto del geranio (1943) de Otto Raúl González”.

En Voz y voto del geranio, Otto Raúl lamenta:

Construido está el geranio
con los jugos más densos de la tierra;
con lágrimas que mojan su gemido,
con hambre de madera,
con júbilo de témpano y mejilla,
largos desvelos de cartón y piedra
y la sangre que cae gota a gota
de la profunda herida
abierta ayer, abierta hoy,

¿mañana abierta?

Aunque es lástima recordar que en seguida de esta sabia interrogante tuvieron lugar la segunda guerra mundial y el golpe de gobierno guatemalteco, también constatamos el aserto de Mijail Bajtín: como la poesía no niega ni afirma, jamás se equivoca.

Donde quiera que se pasee, descanse en paz, maestro.

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